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En Guatemala, la lluvia caía generosa en invierno, del 15 de mayo al 15 de octubre, según apuntaba el calendario de Sánchez y De Guise, cuando las estaciones eran predecibles y los fenómenos climatológicos de la Niña o del Niño no habían distorsionado los compases perfectos del clima en Guatemala. A principios del siglo XX, los aguaceros y largos temporales de dos o tres días de duración, formando las llamadas “avenidas” de agua achocolatada, lodo y piedras que corrían con fuerza, desbordándose sobre las calles medio empedradas de la ciudad carente de tragantes. En invierno, la Trece Calle, contigua a las iglesias de Santa Clara y San Francisco, se convertía en cauce de un río muy virulento. Se formaba una furiosa correntada, que obligaba la implementación de puentecitos de madera para que las personas pudieran pasar de banqueta a banqueta, y por eso se le conocía como la “Calle de
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