Hasta luego, Belén
Sus críticas eran tan duras y ocurrentes que a veces no quedaba más que reírse de uno mismo.
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Sus críticas eran tan duras y ocurrentes que a veces no quedaba más que reírse de uno mismo.
La recuerdo leyendo un artículo que había escrito sobre la extracción de coltán en el Congo. Arrugó la nariz —como quien olfatea algo descompuesto—, afiló la mirada y me dijo, frente a todo el aula: “Esto es una chorrada”. Ese día aprendí que chorrada significa que algo es tonto, insustancial o innecesario, y ese día también conocí a Belén Cebrián, una de las profesoras de periodismo más peculiares de la prestigiosa Escuela de Periodismo UAM-El País en Madrid, España. Esa chorrada fue una de las múltiples piezas periodísticas fallidas que escribí para aquella temida y respetada profesora que impartía la clase de redacción periodística y estilo. Un día, Belén rompió otro artículo en pedazos. “Esto no sirve, no es periodismo”. Otro día, se encontró con un artículo de un compañero que tenía una falta de ortografía, razón suficiente para que dejase de leerlo en la primera oración. “Las faltas ortográficas
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