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El primer día del año, la nana se levantaba temprano, y vestida con su “estreno” de Año Nuevo se situaba en la parte más alta de la casa a observar cómo había amanecido el día. Se entrapajaba bien, recuerdo, pues me apostaba detrás de la reja de hierro que separaba los patios y los mundos de la casa, y la observaba escalar las alturas de la cumbrera del tejado para tentarle el alma al tiempo y comprender las corrientes del aire.En la espalda llevaba una toalla amarilla, como si fuera un perraje, cubriéndose también la boca y la nariz por…
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