Aunque la crisis humanitaria de Venezuela merece atraer la atención internacional que está recibiendo, hay otro fenómeno que debería hacer sonar las alarmas en todas partes: la proliferación de lo que muchos países consideran “dictaduras tolerables”. Eso fue lo primero que me vino a la mente cuando el Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, recientemente respaldó la candidatura inconstitucional del presidente de Bolivia, Evo Morales, para un cuarto mandato, y cuando el gobierno del presidente Trump se quedó callado ante el anuncio de la nueva candidatura de Morales. Bolivia se ha convertido en una “dictadura tolerable”, o sea, un país cuyo presidente rompe el Estado de derecho pero no es condenado por las democracias del mundo. Eso es exactamente lo que fueron hasta hace poco Venezuela y Nicaragua, hasta que el derramamiento de sangre obligó a Estados Unidos y otros países a prestarles