Atravesando las montañas
Para detener lo fugaz hace falta detenernos, ser uno con el otro.
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Para detener lo fugaz hace falta detenernos, ser uno con el otro.
Viajando de paisaje en paisaje, de olvido en olvido en esta latitud de la flor y del granizo, siento que para detener lo fugaz, hay que saber que el azar (la muerte) es lo único que permanece. Estos días de lluvia, de conducir en silencio por la carretera montañosa que va de Cuilapa a Chiquimulilla voy escuchando las pequeñas voces de docenas de niños que salen al camino para pedir dinero o algo de comer a cambio de echar tierra en los agujeros del destruido asfalto. Entre sus miradas tristes y hambrientas, veo en un vidrio empañado de lluvia esta pantalla móvil, es decir el paisaje es la cinta de una película. La película de un país saqueado y abatido. Solo un cínico no podría relacionar la miseria de estos niños descalzos a la orilla de la carretera con el robo millonario que han hecho los políticos, y con la
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