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No es que Pérez Molina tenga un cuero impenetrable, que carezca de emociones, que su cinismo no conozca fronteras, que su sordera sea profunda. Más bien, está preso de su propia cobardía y experimenta pánico y pavor de perder su inmunidad presidencial, pues iría de inmediato tras las rejas. Su único objetivo es llegar al 15 de enero de 2016, día en que dejará la inmunidad de su puesto y empezará a gozar de la inmunidad del Parlacen. Sabe que es la única senda para quedar impune. Se quedará contra viento y marea, a menos que encontremos una estrategia inteligente y audaz de desobediencia civil, no violenta, que lo obligue a entregar la Presidencia de la República. Por ahora, es fundamental enfocar la presión pública en la Junta Directiva del Congreso, presidida por Luis Rabbé, un hombre rudimentario, con excesivas limitaciones, testarudo, sin nodriza intelectual que lo corrija, quien cree
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