Vengadora (4)
EL BOBO DE LA CAJA
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EL BOBO DE LA CAJA
Algún día le diré que la amo, viéndola firme a los ojos, sin parpadear, hundiéndome en esa ternura remota que bulle de anhelo en el fondo de su mirar –más allá de las trincheras de rabia y de tormento que interpone en un vano afán por encubrir tanta soledad, tanta tristeza. Juro que lo haré. Valor no me falta, sólo tengo que hallar el instante. Para mientras, hago mía su congoja porque sé de oídas que sufre en silencio, altiva siempre, replegada en sí; aunque dicen que ahora recuperó el ánimo y el color. ¿Estará más contenta? No fue eso lo que percibí hace poco cuando, por segunda ocasión, nos cruzamos en la calle, yo siempre en bicicleta, ella siempre al timón de su picopote negro, los neumáticos gordos, los aros plateados. El encontronazo ocurrió esta vez por la Montúfar y no hubo chirrido de llantas: llovía.
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