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Riesgosa jugarreta política, de difícil sostenimiento a largo plazo. Por más incómodo y doloroso que resulte para el presupuesto familiar hacer frente a los elevados precios de los combustibles, lo cierto del caso es que el mundo está viviendo tiempos que nos demandan a todos racionalizar el consumo de este tipo de productos. Economizar es obligado; reducir los niveles de consumo de combustibles se impone. Una dura realidad de la que nadie puede escapar. Aun siendo un trago amargo, ningún gobierno del mundo puede librar a sus consumidores de tomarlo, mucho menos los gobiernos de países pobres y dependientes crónicos del endeudamiento público. Aunque suene bonito en el corto plazo, no hay presupuesto público que pueda hacer frente de manera indefinida a una rebaja artificial en los precios de los productos, mucho menos aquellos de consumo masivo cuyos precios internacionales escapan al control del Gobierno. Salvo, claro está, y aquí
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