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Los males más arraigados en nuestra sociedad son la intolerancia, que se traduce en el irrespeto hacia las opiniones, creencias, ideas o prácticas de los demás diferentes o contrarias a las propias, y la confrontación, que equivale al enfrentamiento, la lucha de contrarios, el desencuentro y la ruptura. Tanto la intolerancia como la confrontación no abonan al diálogo ni a la solución pacífica de las disputas. Por el contrario, estimulan y promueven la violencia, el odio, la destrucción y la espiral interminable de conflictividad. El intolerante no está dispuesto a discutir o debatir. Solo le interesa imponer sus puntos de…
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