La corrupción, principal adhesivo
Está por verse cómo se materializa el reparto del nuevo pastel.
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Está por verse cómo se materializa el reparto del nuevo pastel.
El gobierno mezquino y mediocre presidido por Jimmy Morales merece dos palabras más: profundamente corrupto. Llegaron con la idea de robar a manos llenas, aprovechado la no presencia de piedras en el zapato, como la CICIG, y por el irrestricto apoyo dado por unas élites permanentemente miopes que creen que al apoyar a un presidente de ese tipo, tienen mayores posibilidades para apoderarse de cuantos recursos y resquicios público encuentren en su camino.
La maleta encontrada hace pocos días, es un signo que confirma lo anterior. Seguramente solo es la punta del iceberg de muchos más recursos públicos, de los cuales sólo unos pocos serán hallados. La toma de control de las Cortes, incluida el asalto venidero de la Corte de Constitucionalidad, representa la tapa al pomo para que esos hechos queden en la más atroz impunidad.
Mientras tanto, los dispositivos para aumentar la corrupción y sus beneficiados, sigue en marcha. En 2015-16, esa lógica sufrió importantes reveses; pero se colocó la reversa y de nuevo a las andadas, con más fuerza, con mayor desparpajo y nuevas formas de reducir los riesgos. La continuidad de la Junta Directiva del Congreso es parte de esa fórmula; fueron reelectos casi los mismos como resultado de una fórmula gris, donde el juego de los incentivos van en alza. La prenda más apetecida es el Presupuesto 2021, donde se consignan bolsones dispuestos al reparto para quienes se han alineado bajo la sombrilla de un objetivo común: enriquecerse con los recursos públicos.
El exministro Benito, integró una cohorte de funcionarios dispuestos al robo permanente bajo la aprobación y predisposición para lo mismo por parte del presidente de turno, quien a su vez operó con la venia de los verdaderos tomadores de decisión. Eso indica la coherencia en términos de medios y objetivos. Esa constante sigue presente y ahora se han incorporado otros actores y narrativas.
El nuevo discurso es la “reactivación económica”, apuesta que se traía desde el proceso electoral. La pandemia se interpuso, pero se convirtió en una “razón” más para presionar en favor de lo pendiente. Ese propósito viene desde la época de OPM, así que las ansias son acumuladas.
No solo estamos frente a una voracidad insaciable, sino además, ante una maquinaria con alta capacidad de reproducción que utiliza las elecciones para tomar fuerzas renovadas y cambiar los portadores de la estafeta. En síntesis, una agenda de continuidad que se recicla y arrasa con todo.
En esa dinámica, la infraestructura es un atractivo de especial interés. Permite la cohabitación de actores alrededor de grandes recursos que van desde obras municipales hasta megaproyectos. La gama de proveedores, permite un conjunto de relacionamientos que otras áreas de la inversión pública no permiten. La tentación de untar a manos llenas se hace realidad. Además, se nutre el falso planteamiento que más infraestructura es indicador de “desarrollo”; nueva narrativa que sirve como incentivo unificador.
El 2021 es relevante porque es el año para comenzar el proceso de concretar. O se mueve la mata, o se mueve; no importando lo que haya que hacer para crear esa sensación artificial que ya salimos del agujero y comenzaremos a ver la luz al final del túnel. Está por verse cómo se materializa el reparto del nuevo pastel. Pero no debemos ser ilusos.
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