La vieja tarima
Al desvanecerse la luz, creí ver en el fondo del escenario, la figura egregia de Jorge Álvaro Sarmientos aplaudiendo a su crío Igor.
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Al desvanecerse la luz, creí ver en el fondo del escenario, la figura egregia de Jorge Álvaro Sarmientos aplaudiendo a su crío Igor.
Fue gracias a la Revolución de Octubre que, los patojos de ese entonces pudimos presenciar y escuchar un concierto sinfónico. En esos años se fundó la Orquesta Sinfónica Nacional (antes solo existía la Orquesta Progresista que dirigía don Gastón Pellegrini). Los conciertos se realizaban en el teatro Lux, en el Capitol y después en el Conservatorio Nacional, desde donde disfrutamos por mucho tiempo de conciertos hermosos. En ese tiempo la orquesta la conformaban músicos de primera: los maestros Archila, Pinillos, Ortíz, Paniagua, Avelar, Ciudad Real, Kuba, Rodríguez, y acariciando los timbales: Jorge Sarmientos. Recordamos al maestro Avelar quien con su violín marcaba el LA clásico de afinación para toda la orquesta. Luego, ingresaba el Director que se subía en una sólida tarima de madera.
Mes a mes y año con año, se repitió la misma escena, y así fue que tuvimos el placer de ver dirigir desde esa tarima a directores excelsos como Leopoldo Stokowsy dirigiendo sin batuta, el Aprendiz de Brujo. Ocuparon después la misma tarima: Andrés Archila dirigiendo la Pastoral de Beethoven; Ricardo del Carmen, la Sinfonía No.3 de Tchaikowsy; Salvador Ley, Rapsodia en Azul de Gershwin; Enrique Anleu, la Obertura Indígena de Jesús Castillo.
Faltan quince minutos para las ocho de la noche, cuando escalamos la colina del Gran Teatro Miguel Ángel Asturias, subiendo por las mismas gradas que los vándalos en ruidosas motocicletas profanaron impunemente. Poco a poco, los músicos ocupan sus lugares en el escenario: los violines comandados por Alfredo Quezada, Alvaro Reyes, Mónica Sarmientos, Héctor Castro; los violines segundos: María Galdámez, Karla Salas y compañeros; Moisés López, Xochitl Mendoza y siete violas más; los violonchelos: Kenneth Vásquez, Ricardo del Carmen y ocho más; un grupo solidario de contrabajos, flautas, oboes, piccolos, cornos, fagotes y trompetas; el trombón de Vivar; la tuba y los percusionistas completan la excelente orquesta.
La barba y el pelo entrecano, la mirada escrutadora, sonriente, sube a una tarima desvencijada, Igor Sarmientos enarbolando su batuta, para luego interpretar con la misma pasión que su padre, la hermosa y vibrante Obertura Popular. Con mucha gracia, Yoonji Kim, bella, elegante y virtuosa, revive la música de Eduardo Grieg y su concierto para piano. Cierra el magistral programa, la Tercera Sinfonía de Johannes Brahms, que deja flotando en el ambiente el “allegretto”. Solo quedó en el escenario una vieja tarima, ahora carcomida y deteriorada, símbolo a lo mejor del actual gobierno. Al desvanecerse la luz, creí ver en el fondo del escenario, la figura egregia de Jorge Álvaro Sarmientos aplaudiendo a su crío Igor.
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