La resistencia ante el autoritarismo
Es indispensable articular esfuerzos generales, inclusivos, transversales e interseccionales para expresar nuestra rotunda negativa al autoritarismo.
Publicidad
Es indispensable articular esfuerzos generales, inclusivos, transversales e interseccionales para expresar nuestra rotunda negativa al autoritarismo.
El gobierno de Alejandro Giammattei está dando sus primeros y acelerados pasos hacia el autoritarismo, como se hubiera podido anticipar desde los tiempos en los que solo era un eterno candidato a la presidencia. Los vientos fascistas que soplan en el mundo parecen ser propicios para tal objetivo, el cual puede tornarse en despropósito cuando se piensa en la ola de protestas que muestran el hartazgo global contra la injusticia y la desigualdad.
La indignante desigualdad que nos ahoga simplemente muestra que muchas personas ya no tienen ni el simple derecho a existir. Los adelantos de la medicina ya no son accesibles ni a la clase media; muchos jóvenes no tienen otra opción que enrolarse en plataformas como Uber. Los intelectuales de la oligarquía chapina quieren hacernos creer que se vive en un mundo de oportunidades, pero el negacionismo no les hace ver más allá de su propio interés.
La situación se torna más sombría cuando se consideran las actitudes tradicionales de sometimiento de la sociedad guatemalteca, la cual siempre evita “meterse a babosadas”. Quizás se distinga más esta triste actitud si se recuerda a Michel Foucault cuando hablaba del fascismo cotidiano, aquel que se aloja en nuestra cabeza y que hace admirar y amar al poder que nos oprime. Al final, el fascismo es populista puesto que moviliza el miedo, el odio, mientras exalta los valores que emanan de un mítico pasado de disciplina y respeto.
Es indignante que vivamos ese fascismo de manera diaria y no podamos desentrañar sus consecuencias. En este contexto, ¿puede extrañarnos que la violencia sexual y la laboral se intensifiquen en lugar de aminorar? ¿Puede sorprender el desprecio por la vida si pocas cosas se desprecian como los derechos humanos?
Los ejemplos indignantes abundan. Pensemos en el empleado condenado a morir en el Centro Comercial Miraflores, cuya administración es tan ineficiente o tan entusiasmada con la austeridad que no puede prever las emergencias que se pueden dar en lugares con tal nivel de concurrencia. En los últimos días, se ha oído de gente baleada por no querer cumplir horas extras o robar leña. Indigna que algunas personas experimenten ridículos vértigos de poder como ha sucedido con el magistrado del Tribunal Supremo Electoral que tuvo la desvergüenza de quitarle la mitad de su sueldo a un auditor, con la vergonzosa aquiescencia de algunos de sus colegas, solo porque se atrevió a mirarlo a los ojos. ¡Esto en un tiempo en el que es una obligación ciudadana ver con fijeza y sin miedo a los ojos del poder!
Si la ciudadanía guatemalteca quiere evitar otro período autoritario, debe integrar sus aspiraciones democráticas con los de tantas sociedades que se están cansando de la injusticia. En particular, desde nuestro ámbito de acción, la fragmentación debe evitarse. Es indispensable articular esfuerzos generales, inclusivos, transversales e interseccionales para expresar nuestra rotunda negativa al autoritarismo.
Al final de cuentas, el patriarcado, el colonialismo y la opresión económica no son estructuras de poder independientes. Como lo ha visto Melinda Cooper, el discurso de los valores familiares se relaciona con el retiro del Estado de las tareas relativas al bien común. Esto sugiere que, por una vez al menos, debemos reconocernos con respeto y emprender la tarea de defender nuestra dignidad con una política de unidad.
Ya no se trata tan solo de acudir a la Corte de Constitucionalidad. Los caminos institucionales deben conjuntarse con una resistencia digna ante los abusos de los poderes que sabiéndose incapaces de luchar con éxito en la economía globalizada, quieren extraer los últimos recursos de un pueblo ahogado por la precariedad.
Publicidad
Similitudes deleznables entre la política partidaria y la política gremial.
El avión contaba con 62 indonesios a bordo entre pasajeros y tripulación, incluyendo 10 niños. A los mandos estaba Afwan, un expiloto de la fuerza aérea de 54 años y padre de tres hijos, según los medios de comunicación locales.
Publicidad