Es evidente que iniciamos un nuevo año, una nueva década y en Guatemala también un nuevo gobierno, pero ¿seremos capaces de abrir o de aprovechar las nuevas oportunidades para conseguir un país mejor? Esto dependerá de nosotros mismos, si es que sabemos leer correctamente las circunstancias que como sociedad nacional y mundial tendremos que afrontar.
Nuestra percepción del mundo está mediada por nuestras ideas, de la misma manera en que nuestras ideas responden a nuestras percepciones, determinadas a su vez por nuestras circunstancias personales y sociales. Así, sería muy útil considerar cuáles son en realidad nuestras “ideas madre” y sus consecuencias en estos inicios de los nuevos tiempos.
El colapso de la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991 podría ser considerado el fin de un siglo extraordinariamente corto. El siglo veinte, se afirma, realmente comenzó al iniciarse la Gran Guerra europea, el 28 de julio de 1914. A partir de ella todo cambió para siempre. La “idea madre” del siglo pasado parece haber sido la planificación económica y política nacionales y la planeación administrativa. Sin embargo, con el colapso soviético y el fin de la llamada Guerra Fría, se adelantó la idea del fin de la historia y el triunfo de las democracias liberales y los mercados libres. En ese momento, la realidad parecía haberlo demostrado. Treinta años después ya no podemos asegurarlo.
David Ibarra, respetado economista mexicano, escribe: “Hoy vivimos en un periodo donde la fuerza de la realidad trastoca creencias arraigadas en nuestras mentes y comportamientos. Se nos dijo, y lo aceptamos, que la inflación encerraba el mal fundamental del orden mundial, de las economías nacionales y de la distribución de los ingresos. Con tal idea en la cabeza creamos un banco central independiente, encargado exclusivamente de atender los problemas enunciados, aunque relegase otras aspiraciones de la población y del gobierno. Hoy, tal credo se debilita […] en México, la búsqueda de precios estables no desterró las crisis cambiarias, pero sí abatió el crecimiento histórico de un 5 o 6 por ciento anual a 2 por ciento, cuando hay suerte”. Ibarra continúa: “El golpe más fuerte a la constelación de creencias que alimentaron y alimentan estas políticas internacionales de desarrollo y al proceso global de integración de mercados surge cuando el país líder del mundo, los Estados Unidos, opta por una suerte de proteccionismo para enjugar sus enormes desequilibrios de pagos y su desindustrialización”.
El mundo entero está enfrentando una evidente desaceleración económica, quizás en parte provocada por el menor crecimiento de las poblaciones en los países más ricos, aunado esto a las nuevas tecnologías que ahorran trabajo humano, al tiempo que el indudable cambio climático nos presenta nuevos y graves problemas –incendios forestales incontrolables, sequías e inundaciones inusuales, migraciones humanas masivas– que confrontan la capacidad de la mayoría de nuestras instituciones, construidas sobre creencias y bases ideológicas que hoy parecen ser deletéreas para la solución de las nuevas circunstancias globales. Así pues, si deseamos construir y aprovechar nuevas oportunidades este año y esta década, quizás deberemos analizar cuidadosamente y criticar el origen y las circunstancias en que nuestras más caras creencias e ideas nacieron.
Tal vez sea nuestra enorme capacidad de adaptación la principal característica de nuestra especie. En el pasado hemos sabido hacerlo frente a todo tipo de crisis y sin duda es la explicación más obvia de nuestra supervivencia y de nuestros éxitos colectivos. En estas nuevas circunstancias no debemos permitir que las rigideces naturales de nuestras creencias, ideas y principales instituciones nos impidan afrontar exitosamente los nuevos desafíos. Ojalá sepamos mantener nuestra neotenia individual y colectiva toda nuestra vida.