La Constitución es inocente
No puede haber mérito de culpabilidad contra la Constitución.
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No puede haber mérito de culpabilidad contra la Constitución.
He venido observando con suma preocupación que cuando detona una crisis o un conflicto en un país latinoamericano, inmediatamente los inconformes con el sistema jurídico-político responsabilizan a la Constitución de todos los males políticos, sociales, económicos y culturales, así como la señalan como la causante del subdesarrollo, la corrupción, la impunidad o la desigualdad.
Los enemigos de la Constitución y del orden constitucional arremeten, con vehemencia, contra su validez y vigencia, buscando a toda costa reformarla o sustituirla. No escatiman esfuerzos en incumplirla y derogarla, incluso recurriendo a las vías de hecho o de fuerza para el efecto.
En los momentos de oscuridad y caos no se repara en que las causas de la crisis o del conflicto puedan ser el resultado de la inobservancia, tergiversación o inaplicación de los preceptos y mandatos constitucionales o de fraudes constitucionales imputables a las autoridades o a los mismos jueces ordinarios o de lo constitucional. Por supuesto, cuando no hay quién defienda la Constitución, es fácil echarle la culpa de todos los males de la sociedad, así como de la intolerancia, la confrontación y las graves perturbaciones de la paz.
En mi opinión, la Constitución es inocente per se. La misma es un código de principios, valores y normas que está libre de culpa o de pecado, que impone su cumplimiento a los unos y a los otros, sin distinción alguna. Demanda que sus preceptos sean acatados, observados y estrictamente interpretados y aplicados mientras estén vigentes, aunque, por supuesto, garantiza que pueda ser reformada a través de los procedimientos en ella estipulados.
Por tanto, la Constitución no se presume inocente mientras no se declare su culpabilidad, sino que siempre es inocente; y, por ende, jamás puede haber mérito de culpabilidad contra ella. En consecuencia, la inocencia de la Constitución no debe estar en tela de juicio ni tampoco su validez y vigencia.
La Constitución de Guatemala vigente fue confeccionada y decretada por la legítima representación popular en 1985. Asimismo, fue reformada en 1994, a través del procedimiento que dicta la Constitución. Consagra principios y valores humanistas, republicanos y democráticos fundamentales, así como diseña la arquitectura orgánica del Estado. Adopta muchos preceptos de anteriores instrumentos constitucionales, por lo que podría decirse que es el resultado del conocimiento y la experiencia acumulados. También responde a la realidad natural y cultural de nuestro país. Esto supone que no es el resultado de una ocurrente y coyuntural reingeniería social. En suma, es una Carta Magna bien construida y sustentada, perfectible, por supuesto.
En los momentos de desconcierto, desorientación y disconformidad, los ciudadanos deben abrirse al diálogo, a la negociación y a la resolución pacífica de las disputas. Sin embargo, la Constitución debe ser defendida a costa de cualquier sacrificio. En 1993, el gobernante de turno atentó contra la vigencia y validez de la Constitución, pero, gracias a la resistencia ciudadana, el orden constitucional fue restablecido.
Otro ejemplo elocuente de resistencia ciudadana y de patriotismo constitucional que nos debe inspirar y motivar para la defensa de nuestra Constitución, es la Revolución Constitucionalista de 1897, que estalló en los departamentos de occidente de Guatemala, a raíz de que el entonces gobernante José María Reina Barrios (1892-8) prolongó antojadizamente el período constitucional del Presidente de la República, por cuatro años más.
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La salud de la democracia demandará reformas profundas.
La Unidad Ejecutora de Conservación Vial (Covial) y el Fondo para la Vivienda (Fopavi) beneficiaron a una docena de empresas constructoras vinculadas a Alma Lucrecia González Lemus, exsocia del diputado Allan Rodríguez, presidente del Congreso, que han obtenido contratos por más de Q141 millones con el Ministerio de Comunicaciones durante 2020.
Ahora que voy para viejo, me percato de su influencia y magisterio en mí.
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