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En apariencia todo se trata de puro celo legal; garantizar que se cumpla con la ley hasta en el más mínimo detalle. El hiperlegalismo no es nada nuevo para los guatemaltecos; todos hemos sido víctimas de interpretaciones antojadizas de la ley, actos arbitrarios por personas en cargos de autoridad y decisiones que privilegiaron la forma sobre el fondo del asunto. Una problemática que crece exponencialmente en la medida que se multiplica el afán de regular hasta el más mínimo detalle de la vida de las personas y se pierde la confianza en la buena fe de nuestro semejantes. Un hiperlegalismo que no necesariamente es sinónimo de justicia; antes bien, que en las manos equivocadas puede convertirse en un poderoso instrumento de arbitrariedad, injusticia y opresión. En tal sentido, por más que los responsables digan lo contrario, la judicialización de la política y el hiperlegalismo en materia electoral se han convertido
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