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En Guatemala, todos llaman al diálogo, pero ninguno se quiere sentar con sus adversarios u oponentes a dialogar. O, en el mejor de los casos, algunos se quieren sentar a dialogar pero en sus términos, sobre los temas que les interesan y bajo sus condiciones irreductibles. Es decir que para ellos el diálogo debe ser condicionado y, bajo ningún punto de vista, espontáneo, libre, incondicional y abierto. No hay interés en ceder y conceder en nada. Los potenciales dialogantes están atrincherados y están enrocados en sus posiciones. En realidad, nadie quiere hablar con nadie, lo que redunda en una suerte de antidiálogo. Todos quieren imponer sus enfoques, opiniones y visiones. Por otro lado, la descalificación y la denigración han pasado a ocupar los espacios de la discusión seria y responsable. Aflora el odio y la confrontación. El discurso del rencor e injurioso brota por todos lados. Sin duda, el endurecimiento
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