País de niños
La inmensa masa de niños admite la fugacidad de la vida.
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La inmensa masa de niños admite la fugacidad de la vida.
Las estimaciones poblacionales indican que la mitad de la población guatemalteca es menor de edad, lo que nos convierte en un país de niños. La curva sesgada a la izquierda de la estadística es mucho más pronunciada entre los pequeños enanos lactando o correteando, porque casi un 14 por ciento se encuentra entre los 0 y 4 años de edad. Los países desarrollados y ricos, con el mejor nivel de vida mundial, están envejeciendo, mientras a nosotros nos encanta traer hijos al mundo, y los enviamos a escuelas de donde salen incapacitados para ganarse la vida, porque no logran ni superar una prueba simple de matemáticas al momento de su graduación, e igual le sucede al promedio de los maestros sin vocación.
La nueva juventud busca empleo, y desde octubre andan pescando la oportunidad, sumados a la masa de desocupados. Miles de jóvenes guatemaltecos se descubren sin lugar en el espacio e incapacitados para realizarse. Solo les queda la salida del comercio, el “compra y vende” para sacar una comisión o fracción en el proceso, desconfiando de todos, engañando, corriendo peligro, y deslumbrados por las luces incandescentes de la delincuencia que ofrece la salvación económica a cambio del peligro de muerte inmediata.
Los desempleados llegan a la mayoría de edad y proceden a inscribirse en el sistema, se empadronan para votar por primera vez el próximo año, cuando quizá sean medio millón. Una cantidad inmensa que podría determinar el curso de los comicios, mover la balanza en algún sentido con su primer voto. Los partidos políticos tendrán que tomar en cuenta a esa inmensa cantidad de desocupados, que llegarán a las urnas con una sola preocupación en mente, su porvenir.
La sociedad tradicional vive enfrascada en cobrar cuentas del pasado, mientras los jóvenes admiten la fugacidad de la vida y quieren empleo, independencia y bienestar. No tienen fe, ni han sido educados en los principios de la disciplina y el deber, y no saben mucho de nada. Todo en ellos es apariencia y deseo de comodidad concreta en lo que duran sus vidas breves.
Esos niños bien informados a través de las redes globales decidirán el futuro de la patria, y ya sabemos que rechazan a la generación anterior, la de sus padres que no pudieron cumplir el propósito de entregarles un país pacífico y venturoso. Ellos no están preparados, pero quieren de todo.
En breve arrancará la lucha por la sucesión en el Gobierno, y ahora ¿quién podrá ofrecer empleo a quienes no saben, bienestar a quienes no se esfuerzan, derechos a quienes no cumplen sus obligaciones? La masa juvenil será el próximo juez, y son ellos quienes tendrán que cambiar el desastre o seguiremos todos directo a lo profundo del pozo.
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