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Aunque muchas de las estadísticas económicas venezolanas sean poco confiables o no estén debidamente actualizadas, es tan grande la crisis que ya ni la manipulación de las cifras alcanza para esconder la debacle económica de este país. La inversión directa proveniente de Estados Unidos de América, un indicador que seguramente poco importa a Maduro, pero que ha sido un factor importante para todas las economías de la región, viene cayendo desde 2014 y actualmente ha desaparecido por completo. Las tendencias negativas afectan a la mayoría de indicadores de bienestar económico: las importaciones y producción de petróleo, por ejemplo, han experimentado también una contracción sostenida durante este mismo periodo; la misma suerte han corrido las reservas internacionales del país, que han pasado de US$30 millardos en 2013 a cerca de US$10 en 2017.
Según fuentes oficiales, Vladímir Putin prometió enviar varios miles de toneladas de trigo a Venezuela para ayudar a aliviar la crisis que vive este país debido a la escasez de alimentos y otros insumos para la producción. A pesar de ser Venezuela el país con mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, más que Arabia Saudita, Canadá o EE. UU., es tan grande el fracaso de este autoritario experimento socialista que se han visto obligados a recurrir al “buen corazón” del gobernante ruso para paliar los efectos de la crisis que azota al pueblo venezolano. Simbólicamente hablando, este acto solo puede ser interpretado como una tácita aceptación del fracaso de un modelo que se ufanaba de poder garantizar la felicidad suprema al hombre, y que hoy ni siquiera es capaz de garantizar el abastecimiento del insumo básico para producir pan. No es casualidad que Venezuela haya sido catalogado por tres años consecutivos como el país más miserable del mundo por el Índice de Miseria de Bloomberg.
Dadas estas circunstancias resultar inverosímil que el Chavismo siga insistiendo en exportar su modelo a los países de la región; más inverosímil que este tipo de ideas todavía consiga adeptos en países como el nuestro y que cooperantes internacionales que dicen defender causas humanitarias, pero callan ante lo que sucede en Venezuela, financien la promoción de este tipo de pensamiento radical.
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