Salvajismos que se alimentan del entorno
Lo que en otras sociedades es disfuncional, visto como escándalo e inusual, aquí es todo lo contrario.
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Lo que en otras sociedades es disfuncional, visto como escándalo e inusual, aquí es todo lo contrario.
Las dos últimas semanas condensan una cruda representación de los rasgos profundos que quieren dominar las actitudes, posiciones y movimientos del poder. Son expresiones de clara resistencia a los aires nuevos y los intentos reformistas; pero lo peor, a la plena vigencia del sentido humano que apela a lo colectivo por encima del avance del individualismo perverso, egoísta, que desprecia e ignora al otro, y que además, se congratula por ello.
En ese periodo observamos con molestia y desagrado la presencia de barras bravas en los balcones del Congreso, que gritan desenfrenadamente en contra de la reforma de la justicia, y se suman a los otros gritones disfrazados de representantes. Son los mismos que arremeten en favor de la pena de muerte, y dan aires a una nueva iniciativa de ley claramente homofóbica y propia del primitivismo aún vigente, como rémora que lastra e impide avanzar como sociedad.
Pero las peores señales de desprecio son los atropellos cometidos contra un grupo de estudiantes que manifestaba en favor de sus derechos, contra un pastor que cuidaba un grupo de cabras y dos agentes de la Policía Municipal de Tránsito. Tres hechos, tres asesinatos, tres expresiones que no son aisladas y representan signos lamentables de una sociedad que sigue moldeándose en función de la violencia como modelo.
El auge de la prepotencia, de las actitudes propias de cafres y patanes, desnuda un conjunto de precariedades, indica que el valor de lo humano está siendo superado por la “subcultura” de la barbarie. ¿Qué propicia esa vigencia? un Estado que ha perdido su sentido profundo, unas instituciones que siguen siendo presa de la corrupción y de la ausencia de decisiones en favor de los colectivos; religiones e iglesias que apelan a “sálvese quien pueda” y un mesianismo que proclama la omisión de los otros y el beneficio individual. A esto se suma la vigencia de un modelo económico que apela a la generación insaciable de la riqueza como único fin, no importando los medios. Todas las condiciones resumidas para forjar una sociedad donde lo arbitrario, los abusos, las conductas asesinas y la presencia de la muerte es común, aceptaba y valorada.
Lo que en otras sociedades es disfuncional, visto como escándalo e inusual, aquí es todo lo contrario. Las muestras de brutalidad se alimentan de lo que se observa en el ambiente: un Presidente que se muestra incapaz, emocional y físicamente, de encargarse de la conducción deseada y sale públicamente pidiendo pelo y vacaciones; operadores de la justicia viendo cómo le salvan el pellejo a los homólogos que están implicados en ilícitos en lugar de sumarse a la limpia. Un ambiente de reformas estancado y con fuerte riesgo de retrocesos alimentado por corrientes de opinión favorables a desinflar la lucha contra la corrupción y soplen vientos distintos a partir de la elección del nuevo Procurador de los Derechos Humanos (agosto), después con la salida del Embajador de EE. UU. y en 2017 con la elección de un nuevo (a) Fiscal General.
Esos “ejemplos” son los espejos de una sociedad que tambalea y muestra rostros diversos, contrapuestos y enfrentados. Así como es importante exigir que las autoridades hagan su trabajo, es más relevante trabajar en la construcción de una nueva ciudadanía donde no quepa el salvajismo.
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El fútbol guatemalteco continúa sumergido en un completo desorden y eso se refleja en que no ha podido concluir un torneo desde que empezó la pandemia del Coronavirus.
La victoria de etapa en motos del argentino Kevin Benavides (Honda), en la novena etapa del Dakar, le permitió colocarse en segunda posición en la general, detrás de su compañero de Honda, el chileno José Ignacio Cornejo, mientras que el francés Stephane Peterhansel (Mini) ganó en autos y consolidó su liderato.
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