La demencia fingida
Es por ello que cuesta aceptar: la arterioesclerosis avanzada, la amnesia insidiosa, el fingido alzhéimer y el persistente olvido.
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Es por ello que cuesta aceptar: la arterioesclerosis avanzada, la amnesia insidiosa, el fingido alzhéimer y el persistente olvido.
La edad no perdona, ni los años pasan impunemente. Es alrededor de los tres katunes que aparecen los achaques, los alifafes y los arrechuchos. El oído, la vista, el olfato, los cinco sentidos empiezan a atrofiarse; lo mismo que el cerebro. Se mueren más neuronas que las que nacen, y estas últimas nacen ya añosas. El deseo por cualquier cosa y por lo que sea se va esfumando día a día y noche tras noche. Pero, por avanzada que sea la arterioesclerosis y por severa que sea la amnesia, siempre la memoria supera al olvido. La sombra del pasado siempre está presente a la luz del futuro. Todos tenemos algo ominoso que recordar y algún hecho abominable que relatar. Barbaridades, crueldades y atrocidades salen a flote desde lo más insondable de la memoria.
Como para que se me olvide que desde el tejado de una casa de la novena avenida, mi amigo y yo bañamos a guacalazos a un estudiante que bien trajeado llevaba al cine a la novia que luego sería su esposa. Todavía resuena en mis oídos el ruido seco de los bodoques de barro que enrojecieron el verde refulgente de una inocente lagartija en los cañaverales de las Aguas Vivas. Si viviera Chalo, recordaría la carrera a través de los pasillos del Mercado Central, después de sustraer mañosamente habas y manías del canasto de una regatona. Lo más abominable fue cuando desperté de un par de manotazos, al caballo que dormitaba uncido a un carruaje atrás de la Catedral y el macho desbocado se fue calle abajo atropellando gente. El policía que me capturó me arrastró hasta el colegio La Juventud en donde el Director me encerró en un cuarto oscuro toda una tarde. Años después lancé un canchinflín que persiguió las piernas sensuales de una hermosa mujer, por lo que el marido me asestó dos severas pescozadas.
Esos y otros hechos desastrosos no se han logrado borrar de la flaca memoria a pesar de los más de ochenta años que llevo a cuestas. Es por ello que cuesta aceptar: la arterioesclerosis avanzada, la amnesia insidiosa, el fingido alzhéimer y el persistente olvido. Resulta inexplicable que haya alguien que se niegue a recordar que arrasó totalmente muchas aldeas; que masacró íntegra a una tribu; que acalló a miles de voces para siempre; que sustrajo de las arcas nacionales millonadas de quetzales y que para ajuste aceptó costosos regalos (casas, vehículos, helicópteros, yates, fincas), de secuaces corruptos y lambiscones desvergonzados.
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