La obra pública y la política del salpullido
Los guatemaltecos no solemos comprender aquella máxima aristotélica de que “el todo es más que la suma de las partes”.
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Los guatemaltecos no solemos comprender aquella máxima aristotélica de que “el todo es más que la suma de las partes”.
Víctor Cordón se llamaba el recordado colega, un zacapaneco canche de piel colorada que conocí en uno de mis primeros trabajos en la Dirección de Financiamiento Externo y Fideicomisos del Ministerio de Finanzas Públicas, allá por el primer lustro de los ochenta. Me gustaba platicar con él: sin rodeos, franco y sincero, y un tanto bravo y sencillo, como muchos de los de por allá a quienes he aprendido a tratar y adentrarme en sus peculiaridades, por herencia materna. Víctor era el jefe de las negociaciones de proyectos financiados con fondos externos y tenía como especial encargo el cuidado de los proyectos de la Agencia Internacional para el Desarrollo, que en ese entonces se conocía como AID, del gobierno de los Estados Unidos de América. No se me olvidan la cantidad de proyectitos que se movían por el país, unos eran para el desarrollo agrícola del altiplano, otros para financiamiento
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