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En Guatemala no cabe duda que todo es posible, incluso las más grandes aberraciones. No deja de parecer insólito que Raquel Zelaya pueda convertirse en la flamante vicepresidenta de la República. Ella, quizá la mayor representante de esa tecnocracia fracasada, que desde la década de los ochenta ha asesorado, alcahueteado y colaborado servilmente a los sucesivos gobiernos militares y civiles, que han fracasado, una vez tras otra, y que progresivamente han ido hundiendo a Guatemala en una piscina rústica llena de estiércol. Junto con las cúpulas militares de turno, esta especie peculiar de técnicos, son los únicos hilos comunicantes de la administración pública desde 1982 (cuando formó parte del Consejo de Estado del general Chusema) hasta nuestros días y, para mantener su influencia, como buenos pragmáticos pervertidos, han guardado silencio cómplice del envilecimiento, la corrupción y la impunidad galopantes a que hemos estado sometidos los guatemaltecos. Como ministra de Finanzas
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