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La espiral de violencia que está viviendo la sociedad guatemalteca, exasperada por la pandemia del coronavirus (COVID-19), que sigue enfermándonos y matándonos, nos mantiene bajo una auténtica psicosis de guerra. Todos los guatemaltecos estamos a la defensiva, porque en cualquier momento y lugar podemos ser víctimas del ataque criminal.
Todo tipo de delitos se cometen en Guatemala con absoluta impunidad. Las agresiones son contra la vida humana, contra la integridad personal, contra la libertad, contra el patrimonio de las personas y, en fin, contra cualquier bien protegido por la ley penal, que, por cierto, no se cumple ni se aplica.
Proliferan los asesinatos con móviles diferentes de mujeres y hombres, adultos y niños, los allanamientos a viviendas, oficinas y haciendas, las usurpaciones de propiedades, los ataques en las calles y en los vehículos, los secuestros, los homicidios, las ejecuciones extrajudiciales, los linchamientos, las violaciones, los robos, las extorsiones, los chantajes, las estafas, los asaltos, las “vendettas”, los abusos y los fraudes en general.
Resulta patética y trágica la facilidad con que se fraguan y articulan conspiraciones, asociaciones y organizaciones criminales en nuestro país. Luego, no debe extrañarnos que abunden las pandillas armadas, los cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad, la delincuencia organizada y las fuerzas de seguridad lícitas corruptas.
El fracaso de la seguridad pública es la mayor prueba del fracaso del Estado de Guatemala. La conflictividad es altísima e incontrolable, al extremo que solamente el 25 por ciento de los delitos que se cometen en el territorio nacional llegan al conocimiento de las autoridades, lo que significa que no se tiene noticia oficial del otro 75 por ciento de los crímenes.
Pero lo más inaudito es que solo una mínima parte de aquel 25 por ciento de denuncias penales se investiga y un porcentaje bajísimo llega a proceso penal, ya no digamos a sentencia. Es decir que la probabilidad de que un delincuente sea castigado por el crimen que cometió es mínima, ínfima.
Mientras no entendamos que la justificación esencial de la existencia del Estado de Guatemala es la seguridad y la justicia, el peligro de la anarquía y del caos seguirán tocando nuestra puerta día a día, hasta que, finalmente, Dios no lo quiera, irrumpa como tromba marina y nos condene a la ley de la selva, a la justicia por propia mano, al sálvese quien pueda.
Exigimos, entre otras cosas, que se aumente sustancialmente el presupuesto destinado a seguridad y justicia, y que se rebaje el gasto público que se destina a burocratización, clientelismo político y asistencialismo. Asimismo, demandamos enérgicamente que se combata la corrupción y la opacidad.
¡Sin seguridad y justicia, no habrá paz ni prosperidad!
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La OEA le corrigió suavemente la plana al Gobierno de Guatemala.
El gobierno solo ha dicho que la salida de Bruni de la Secretaría General de la Presidencia se dio en “buenos términos”.
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