Romería a Esquipulas
SOBREMESA
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En el último mirador, antes de bajar a la Villa, mi padre detenía el auto para que contempláramos, desde lo alto, la imponente basílica pintada de blanco. Un airecito caliente y pegajoso nos daba en la cara, y a lo lejos, el paisaje del templo sumergido entre un mar de vegetación muy verde nos quitaba el aliento, sintiendo, por un momento, que aquel viaje larguísimo bien había valido la pena. Un horizonte con pocas casas completaba el paisaje y desde aquel mirador cubierto por florecitas amarillas se distinguía el camino recto y empedrado que llevaba directamente al Templo de Esquipulas. Bajábamos despacio, con las ventanillas del auto abiertas hasta los topes; con las cabezas de fuera para refrescarnos como si fuéramos perros, observando sorprendidos, con los ojos bien abiertos como huevos estrellados a los cientos de romeristas, en su mayoría caminantes descalzos, que pasaban a nuestro lado rezando juntos a
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