La necesidad de contarnos
Lado b
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Lado b
Una de las reflexiones más bellas sobre la literatura, y sobre la necesidad de esta en nuestras vidas, que ha hecho el cine contemporáneo se encuentra en Trainspotting 2, continuación de la emblemática cinta dirigida por Danny Boyle, basada en la novela de Irvine Welsh, estrenada en 1996. Si la segunda parte, de 2017, no alcanzó la resonancia ni el éxito global de la primera, no significa en absoluto que su contenido y su factura no lleguen a la calidad de su antecesora. Es más, en algunos momentos pienso que la supera. Si la original nos narra en toda su crudeza las glorias y las miserias de un grupo de entrañables perdedores ochenteros enganchados a la heroína, esta nueva entrega se aleja bastante de la picaresca y el cuadro de costumbres de las adicciones, para profundizar en asuntos en cierta medida más universales: el fracaso, la traición, la perplejidad ante una realidad que nos devora, la salvación por la escritura… Como no he leído Porno, la novela de Welsh en que está basada esta secuela, la adaptación cinematográfica me tocó sobremanera. Solo la literatura podrá dar cuenta de lo que fuimos, esa literatura que nace de la urgencia, de la angustia, de la confusión, del miedo, de la necesidad de contarnos y trascender más allá de nuestras circunstancias espacio temporales.
Escribí Los años sucios (que ahora reedita Ediciones el Pensativo, 25 años después de su primera aparición) en la década más negra de nuestra historia contemporánea. El cuento más antiguo del libro fue escrito en 1979 y el más reciente a principios de los noventa. Son en realidad papeles desperdigados que fueron conformando un volumen casi a pesar suyo, escritos desde el malestar con la realidad, el horror, el destierro, la tristeza por un país que mirábamos desangrarse y derrumbarse ante nuestros ojos. Son cuentos también escritos desde la resistencia, desde la necesidad de no dejarse abatir, de no desaparecer. Garabateados en aquellos años en que la literatura me era necesaria para respirar, para mantenerme vivo. Son relatos que surgen de una realidad convulsa, pero que no necesariamente tratan de explicar la compleja situación política que se vivía en el mundo o en el país en el momento en que fueron escritos. Aunque tampoco rehúyen de su contexto histórico. Son cuentos contra la guerra, contra la imbecilidad, contra un mundo decadente y caduco que se perpetuaba a través de la violencia y el exterminio. Historias que abordan el desencanto, el fracaso, el fin de las utopías, desde la ironía y el sentido del humor (algo que yo había mamado de mis maestros en el arte de la resistencia y la escritura: Pepe Batres, Tito Monterroso, Ionesco, Boris Vian, Henry Miller, Gombrowicz, Christiane Rochefort, Jean Rhys, Cortázar, Cabrera Infante y la lista y la deuda serían interminables). Cuentos que intentan luchar contra la muerte oponiéndole la sexualidad, el deseo, la rebeldía, la burla, la confusión, la imperfección, la mezcolanza, la imaginación… es decir, la vida.
Vuelvo a Welsh, a Boyle, a ese perdedor irredento e inválido para las grandes batallas, que retratan en Trainspotting 2, que se salva él y salva a sus amigos, a nosotros, a Edimburgo, a Inglaterra, a la humanidad entera, contando historias de lo que somos, de lo que fuimos. Me encantaría que Los años sucios tuvieran algo de eso.
Invitación: Los años sucios (Del Pensativo, 2017) se presenta el jueves 2 de noviembre a las 18:30 horas, en Casa Cervantes (5a. calle 5-18, zona 1). Me gustaría que estuvieran ahí.
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