«Salí a correr en solitario y vi a un anciano, me detuve lejos de él, por él, no por mí», confesó Claudia, de 18 años. Como la mayoría de sus compatriotas, los jóvenes italianos tratan de cumplir las rígidas medidas de precaución y ponen al mal tiempo buena cara. Se trata de la primera vez que se le solicita a toda una generación de europeos, que no ha padecido la guerra ni vivido las hambrunas de otros continentes, un sacrificio tan personal e íntimo. Desde el 8 de marzo las autoridades ordenaron el confinamiento de 60 millones de italianos, aunque el cierre de escuelas y universidades se había establecido cuatro días antes, dejándolos sin vida social. «Yo no salgo, ni visito a mi madre, porque tiene más de 70 años y no quiero que se contagie», confiesa Ludovica, hija única, de 30 años y recién graduada en biología, desde su