Su final, del que se cumplen ahora 100 años, se produjo el 11 de noviembre de 1918 con el armisticio de Compiègne, que adopta el nombre del bosque al norte de París donde se firmó. La victoria de los aliados marcó el derrumbe de imperios y el surgimiento de otros poderes hegemónicos, sobre todo Estados Unidos. También allanó el camino a los nacionalismos que acabaron desembocando en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), entre otras cosas por las duras condiciones impuestas a la derrotada Alemania en el Tratado de Versalles (junio de 1919). Este acuerdo selló la paz pero obligó a los alemanes y sus aliados a aceptar toda la responsabilidad moral y material por la guerra, a entregar partes de su territorio y a pagar exorbitantes reparaciones (indemnizaciones) a los países vencedores. El detonante de la contienda fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio Austrohúngaro,