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Murió un viernes. Pasó sus últimos días observándonos y deleitándose con la rutina familiar; viéndonos con esos ojos de perro viejo, algo nublados por la edad, tristes y a la vez tiernos. Pero ya no movía su larga y pesada cola amarilla. Solo nos observaba, como quien sabe que ha llegado la hora de decir adiós pero no se atreve a hacerlo.Para ser francos, aquel perro viejo se merecía un descanso. Vivió casi quince años. Nos acompañó en nuestros mejores momentos y, por supuesto, en nuestros peores días; aquellos en los que hubo muerte, enfermedad y pena, siempre sumida en…
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