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Cuando se habla de Juegos Olímpicos, el deporte y la política inevitablemente estarán unidos. Desde la antigüedad los dioses del Olimpo y los ideales que nos han legado han cubierto de gloria, laureles y olivos las gestas atléticas. Por eso el talento humano y deportivo que florece bajo esa aura han sido instrumentalizados con el fin de otorgar una superioridad moral, tecnológica y política a un estado sobre los demás. Esta rivalidad y deseo de reconocimiento llegó a niveles de paroxismo durante la segunda mitad del siglo veinte. Momento en el que tanto los países democráticos como el bloque socialista…
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