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Hace algún tiempo escuché una conferencia de una escritora afgana que vivía en Europa. Era monárquica y hablaba de su país cuando era un reino con nostalgia. Recordaba un Kabul donde las mujeres estudiaban en la universidad y donde ella y sus amigos escritores y artistas se reunían en peñas a las que asistían mujeres que bebían y fumaban al igual que los hombres. No sé si su testimonio, impregnado de melancolía, desfiguraba la realidad. Y recuerdo ahora a Kipling, que, contando los problemas que tuvo el imperio británico para lidiar con los afganos, recordaba que estos, luego de parecer…
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