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No vale la vida de un hombre lo mismo que la de otro. Nunca ha sido así, triste es decirlo. Y temo que nunca lo sea. Un invisible resplandor distingue al gran hombre del pequeño en la vida y en la muerte. Y a la realidad me remito. Miles de personas fallecen cada día sin que nadie se fije en ellas, pero basta que muera un personaje, peor si lo ha hecho en forma trágica, para que la sociedad se acalambre y sobrecoja como si hubiese escuchado las trompetas del Juicio Final. Con esta conclusión, entre otras, terminé de leer La pasión de Lucrecia, novela del político y escritor paraguayo Carlos Mateo Balmelli, la cual incluye en su trama un minucioso relato del atentado contra Anastasio Somoza. Mi recuerdo de aquel suceso había sido hasta la fecha semejante al pitido lejano de una locomotora en la noche. Y aunque el
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