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Indagar en nuestros días qué es el hombre y qué esconde en sus meninges es penetrar en una selva de visiones a cual más sorprendente y creativa. Uno se cruza en ella con el homo ludens, del holandés Joan Huizinga, quien concibió al ser humano como un personaje cuya propensión a jugar, a festejar, a reír o a la poesía, es capaz de construir con todo eso una cultura. O bien con el homo videns, del italiano Giovanni Sartori, quien lo ve como un tipo estupidizado por la televisión, en un mundo donde la imagen ha destronado a la palabra. Muy popular es también el “hombre sin atributos”, del novelista austriaco Robert Musil, quien retrató un individuo sumido en una existencia carente de objetivos. No digamos “el hombre unidimensional”, del pensador francés Herbert Marcuse, quien a mediados del pasado siglo delineó un hombre impotente y sometido a los designios impuestos
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