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La soleada mañana del primero de septiembre de 1980, siendo estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, en medio del punto más álgido de la guerra civil en Guatemala, me enteré, al igual que miles de guatemaltecos de la renuncia, desde Washington D. C. del vicepresidente de Guatemala Francisco Villagrán Kramer (FVK), reconocido jurista y sin duda alguna, uno de los últimos políticos ilustrados de Guatemala. La imposibilidad de influir en los temas de Estado del País, los asesinatos de sus amigos, Fuentes Mohr y Colom Argueta, y la toma de la Embajada de España no le dejaron mucho margen de maniobra al Vicepresidente del general Lucas García. “Muerte o exilio es el destino de aquellos que luchan por la Justicia en Guatemala”, concluiría FVK después de su renuncia. Para la administración Carter, dicha renuncia le fue, políticamente muy útil, y constituía un poderoso mensaje de los vientos
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