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Meridiano de la historia, frontera con el ayer y brecha de la modernidad, la revolución liberal de 1871, que en unos meses cumplirá 150 años, es el ejemplo palmario de lo que el ensayista José Antonio Marina ha llamado “el dolor de la inteligencia fracasada”, esa que no logra hacer de Guatemala, por ejemplo, el país que todos quisiéramos que fuese, la que no consigue solventar necesidades y carencias, recurre a la intolerancia, la corrupción o la demagogia, o desaprovecha las ocasiones que la historia pone en sus manos para dar a los guatemaltecos una vida digna y decorosa. Dediqué mucho tiempo a investigar aquella revolución. Leí numerosos libros, panfletos, pasquines, coplas irreverentes, periódicos, documentos, correspondencia. Visité bibliotecas, archivos, museos. Reconstruí la ciudad capital con sus antiguas calles y sus viejos edificios. Busqué fotografías e imágenes a fin de familiarizarme con la vestimenta, los carruajes, las armas, los sombreros o
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