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La percepción generalizada, de quienes vivimos desde el trabajo honrado, amamos y hemos formado hijos, añoramos el culto a la virtud y nos preocupamos por los derroteros de la patria, es –lamentablemente– una realidad. En efecto, el mundo está de cabeza, librando una guerra atípica, inesperada y sin ninguna regla convencional; los valores, la propiedad privada, la familia, la libre expresión y la libertad, permanecen bajo asedio. Vivimos un cambio de época, marcado por el ocaso del imperio, casi a las puertas de una guerra civil y un “reordenamiento” del caos que realmente nos conducirá a una dictadura global, en la cual, una minoría –nunca tan ínfima– decidirá sobre vidas, quehaceres y emprendimientos. No es la libertad o “igualdad” –como demagógicamente se vende– el destino de esta convulsión tan atormentante, sino una especie de esclavitud planetaria, en la que buscan el sometimiento de la individualidad… a ultranza. En el choque
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