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Hace unos días visité la obra inacabada de Rodolfo Abularach. Una preciosa edificación de remembranzas nazaríes que este excepcional artista guatemalteco levantó en los cerros del Este, a las afueras de la capital. Un espacio que él construyó casi con sus propias manos y la ilusión de albergar allí su obra más querida, aquella que no quiso vender, así como extender el uso del mismo a actividades culturales de todo orden. Cada artista tiene su vida y su mundo, pero en el caso de Rodolfo ambas dimensiones se reducían a algo muy sencillo. Hombre modesto, frugal, de vida austera y trato afable, Rodolfo era un artista/artesano que vivió siempre sin lujos, dedicado a trabajar cada día como si fuera el último de su vida. No le preocupaba demasiado vender sus obras. De ahí el inmenso inventario que encontré en el edificio donde las pensaba guardar. No sé, cientos de ellas.
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