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Un viejo refrán popular reza que no hay que vender el venado antes de cazarlo. Sin embargo, en política no necesariamente aplica. Mientras los partidos políticos se afanan por terminar de celebrar sus asambleas, hacer sus inscripciones, sortear sus obstáculos legales y prepararse para una campaña electoral relativamente afónica, nadie parece poner atención a un elemento clave de la malograda reforma a la Ley Electoral. Me refiero a la prolongada transición política, que quien gane las elecciones deberá sufrir ahora por al menos cinco meses. En esta ocasión, la fiesta electoral está programada, en condiciones normales, para cerrar su último capítulo en el mes de agosto con la celebración de lo que pareciera ser una obligada segunda vuelta. Esto es un cambio sustancial en los plazos políticos del país. En antaño las segundas vueltas se solían celebrar en el mes de noviembre y una incluso llegó a celebrarse apenas a
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