Véalo de esta manera. Un hombre acepta un trabajo. Y él se convierte en ese trabajo. Hay algunos que han sido taxistas desde hace veinte años, otros desde esta semana. Noches enteras recorriendo la ciudad. Algunos no son dueños del carro, otros sí. Un pasajero vive en La Limonada. Otro es abogado y va a la Torre de Tribunales. Uno es embajador de un país lejano. Alguno lleva una bolsa de mariguana bajo el brazo. Al taxista no le importa. No hace ninguna diferencia quién sea usted, de dónde venga y hacia dónde vaya. Estos son los breves relatos de una ida en taxi a cualquier lugar. La redención de los blancos Un llavero de la Virgen se mueve al compás de las vibraciones que generan sobre el carro cada parche de las maltratadas calles. Fulgencio lleva las manos al volante como un hábito religioso. Antes de ser taxista