Mezcal. El corazón líquido de México
El mágico viaje para ponerlo en tu mesa.
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El mágico viaje para ponerlo en tu mesa.
El retrovisor del carro solo me dejaba ver polvareda. Tatiana y yo llevábamos manejando alternadamente 900 kilómetros. Nos faltaban 20 y pico para llegar. El cielo absurdamente azul y despejado y el sol ardiente sobre los valles moribundos quemaba el pasto con lujuria. Luego de preguntar, de perdernos con reiteración y de tener que volver sobre nuestros pasos cuatro y cinco veces, al fin, a lo lejos, logramos divisar el techo de tejas, la piedra y el plantío… Manejamos a toda velocidad usando literalmente el último aliento, el mismo que estábamos listas para usar y decir “olvídalo, nos damos por vencidas”. Pero no. El destino nos había servido un trago diferente: —¡Hola buenas tardes! —grité con mi garganta en huelga—… ¡Hola! … Estábamos por descubrir si el recorrido —que se cuenta en años, no kilómetros— que nos había traído hasta aquí, habría valido la pena. Buscábamos a una persona. No
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