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La primera de ellas ocurrió el 11 de mayo en la comunidad de Subincancab, donde una lechuza de campanario fue herida a pedradas. Los lugareños acudieron al lugar a rociar agua bendita sobre el ave, la cual falleció días después tras ser recuperada por un grupo de jóvenes.
Otra agresión fue difundida en redes sociales el 30 de mayo en San Francisco el Grande, donde un tecolote abajeño fue atacado por lugareños con piedras.
Proyecto Santa María también informó en la misma fecha sobre la recuperación de otra lechuza en Bokobá. En este caso, un habitante de la localidad rescató al ave tras encontrarla deambulando en un campo de beisbol.
Según la organización civil, los hábitos nocturnos y de caza son parte de las causas por las cuales los habitantes de zonas rurales consideran a las lechuzas, búhos y tecolotes como aves de mal agüero y presagio de muerte. Por esa razón es que se les persigue y, en muchos casos, se acaba con su vida.
Asimismo, el temor se funda en una leyenda maya que considera al canto de las lechuzas como un anuncio de la muerte. Ante la actual pandemia de COVID-19 las agresiones se explican precisamente por esta asociación, afirma Proyecto Santa María.
Sin embargo, los miembros de esta asociación recordaron que las lechuzas y búhos cumplen una función primordial como controladores de plagas, ya que se alimentan de ratones, insectos y otras especies que pueden ser nocivas para el ser humano.
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