Sub–23
Opinión
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Repetimos. El futbolista de Guatemala tiene muchas deficiencias de formación: de desarrollo de cualidades motrices, de aprendizaje de capacidades técnicas y de asimilación de sistemas tácticos modernos.
Con un entrenador inteligente y conocedor del fútbol actual, sin embargo, el jugador de Guatemala puede competir, y de hecho lo hace, con el más “pintado” de los rivales. Pese a sus desventajas en “armas” balompédicas.
No es el caso, por ejemplo, de la última Selección Sub–23, perdedora en la eliminatoria preolímpica ante Honduras; ni el de la Selección mayor fracasada en la Copa Oro de Concacaf. Ni el del resto de formaciones nacionales conformadas en la “fabulosa” gestión del actual comité ejecutivo de la Federación de Fútbol.
¡Es increíble! En casi siete años de gestión, el ente administrativo del deporte de las patadas de nuestro país no aprende a plantar equipos competitivos en los eventos en que participa…
¡Estos alelados no le atinan a armar un cuadro medianamente decente!
La Selección Sub–23 de Honduras, dirigida por Jorge Pinto –el técnico colombiano de la Selección mayor catracha sí se atrevió a dirigir a ese equipo, previendo formar a los jugadores que después le servirán como recambio en el proceso mayor–, sin tener aún el desarrollo al que aspira su conductor, nos ganó por ritmo dinámico y efectivo, y por ¡saber qué hacer en el campo!
Y nosotros, como bien dijo el crítico mexicano David Faitelson, nos quedamos detenidos en el tiempo. Con jugadores como Carlos Estrada, José Pinto, Jonathan García, Brandon de León, Javier Longo, Junior Andrade, entre otros, que en nuestra Liga brillan por corajudos y dinámicos, pero que en estas instancias se ven –no solo por su culpa– como anacrónicos y tortuguientos figurines…
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