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Cuando me levanté eran las cinco y algo de la mañana. Toda la noche había llovido y esperaba que las nubes se hubieran ido ya en busca de parajes secos, necesitados de aguaceros porque las siembras daban signos de estarse secando. “No en Guatemala” pedí al cielo recordando las fotografías de los agujeros, los derrumbes, las cantidades de agua que en los últimos días nos habían dejado incomunicados –hasta sin casa en poblados de personas menesterosas, que abundan en este país– con carros aplastados por tierra y piedras, y los chapines echando sapos y culebras en coro contra quienes ustedes…
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