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La biblioteca que he dejado atrás en Nicaragua es como una casa dentro de otra casa, construida a lo largo de muchos años, desde que mi afición impenitente por la lectura me llevó a juntar libros. Un ladrillo tras otro ladrillo, muros de libros que reclaman cada vez más estantes, provenientes de mis correrías por librerías de muchas ciudades del mundo; librerías como catedrales, otras pequeñas y acogedoras donde reina siempre el silencio, librerías de viejo en buhardillas que huelen a papel de tantos años y donde no falta tampoco el aroma a vejez de la naftalina. El exilio hace…
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