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Conocí a Sergio Ramírez cuando llegué al exilio a San José, Costa Rica, en 1976, tras evadir ser capturada después de que un tribunal militar somocista me condenara a varios años de cárcel. Llegué sola. No había podido aún sacar a mis hijas de Nicaragua. Me quedé en una pensión. Era Semana Santa, recuerdo, y Sergio debe haber visto mi desazón. Con gran amabilidad, me amparó invitándome a unas sesiones de trabajo que tenía con el cineasta puertorriqueño Diego de la Tejera. Ambos colaboraban en un guion sobre la vida de Sandino. Aprendí mucho esos días y me admiró el…
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