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Hermosa poesía la de Humberto Ak’abal; un viento de palabras atravesado por la música de los liquidámbares, esos árboles frondosos que pierden sus hojas, convertidas en fuego en el otoño boreal y que, por estos días de primavera anticipada, se quedan casi desnudos. Dejan caer las últimas hojas moribundas, rojizas, amarillas y oscuras, mientras en sus ramas empiezan a brotar las nuevas que les devuelven el verdor y la vida. “Libro verde / árbol poeta / ¡Cuánta poesía en tus hojas! —escribió Humberto—. Quienquiera / que se pose en tus ramas / se vuelve cantor”. Poeta de la eufonía, de los sonidos que caen con la lluvia, que arrastran el agua, que levantan el aroma de la tierra, el escritor de Momostenango hilaba sus poemas prestándole las voces al frijol, al maíz, al trigo; esos frutos aún no prohibidos, esas alas de pájaro, ese aire que extiende sus alas. Tomo
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