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Mis noches suelen ser plácidas; hace años al despertar recordaba algún sueño, pero ahora es más bien raro. Por ello me sorprendí cuando hace algún tiempo desperté pensando en la casona de la novena avenida, la Facultad de Humanidades, que fundó el doctor Arévalo. Avanzaba la mañana y la vieja casona no me abandonaba. Finalmente me fui a buscar un libro y ya el resto del día quién sabe qué sucedió a mi alrededor. Había recomenzado a leer una obra de Platón, una versión más contemporánea que aquella de los años 50, pero esencialmente es lo mismo: “…Por esto, repuse yo, los buenos no quieren gobernar ni por dinero ni por honores; ni, granjeando abiertamente una recompensa por causa de su cargo, quieren tener nombre de asalariados, ni el de ladrones tomándosela ellos subrepticiamente del gobierno mismo. “Los honores no los mueven tampoco, porque no son ambiciosos. Precisan, pues, de
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