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Aquel fue un día que jamás pensó que iba a vivir. Un temblor casi imperceptible le recorría el cuerpo y muchas dudas asaltaban su mente. El cansancio del vuelo, la diferencia de horario y la emoción de verlo nuevamente se alternaban en él. Los trajes de las tallas correctas colgaban en el armario del hotel, cuidadosamente dispuestos por alguien encargado de que la ceremonia saliera perfecta. Después de comer, se dispusieron a vestirse. Nunca se había puesto un frac, así que empezó por conocer las partes del atuendo para entender cómo había que usarlo. Una por una, puso las piezas sobre la cama. Su padre hacía lo suyo, pero con mucha mayor habilidad. Él tampoco se había “disfrazado” así, decía y tomaba el asunto con sentido del humor, mientras se arreglaba. Entonces lo vio, de pronto, más alto que nunca, noble y gallardo… “Pero no te quedés ahí sentado –le
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