Si no me he interesado demasiado hasta ahora en Virgilio Rodríguez Macal (1916–1964) es por ese olor a instituto que tiende a rodearle. Rodríguez Macal es uno de esos autores que nos han embuchado por decreto, como parte de eternos y circulares programas ministeriales. En efecto, no es ningún secreto que la lectura escolar ha sido cooptada (cooptada parece que es la palabra de turno) durante décadas, por determinados escritores y editoriales. Esto incluyendo al propio Asturias. Para su detrimento, puesto que no hay peor enemigo de la literatura asturiana que la misma política educativa que ha buscado entronizarlo en las aulas. De esa cuenta no es raro encontrarse con personas que quedaron muy resentidas con sus libros, después de haber sido forzadas a estudiarlos. Es cierto que Rodríguez Macal –autor de Carazamba, El Mundo del Misterio Verde, Sangre y Clorofila, Guayacán, entre otros– es más accesible y por tanto