Cuando Cayetano Francos y Monroy llegó a la Nueva Guatemala de la Asunción encontró poco más que una ciudad en construcción, casi tan desfigurada como la Santiago que los terremotos de unos años antes habían destruido. Él, octavo arzobispo de Guatemala y sucesor de Francisco Marroquín necesitaba un hogar digno para su posición. La suerte le favoreció. El nuevo palacio arzobispal se erigió como un hermoso complejo de tres inmuebles conectados que se ubicaban frente a la Catedral provisional de la ciudad. Pasados los siglos el palacio cambió de sede y las tres secciones se parcelaron a favor de privados. El entorno, además, cambió su uso y se convirtió en una zona de comercio y tránsito. Doscientos años después, la pequeña joya arquitectónica se convirtió mayormente en ruinas, tan desoladas como las que sus dueños originales dejaron atrás en la colapsada Santiago. Hoy, un proyecto de recuperación la