Las variantes ilustradas
Lado b
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Lado b
Mi tío abuelo Constantino era hombre de pocas letras, pero de un gran respeto por las palabras. Campechano y un tanto rudo, su biblioteca se reducía a algunos viejos ejemplares de la revista Luz –todo lo que usted quería saber sobre el sexo y jamás se atrevió a preguntar–, dos o tres tratados de trigonometría, un antiquísimo curso para aprender francés y el Pequeño Larousse Ilustrado, un volumen que veneraba y que aseguraba haber leído completo por lo menos tres veces en su vida. Una vida que se la pasó recorriendo terrenos de su propiedad entre El Rancho y San Cristóbal Acasaguastlán. Ahí sembraba tabaco, limones y mantenía unas cuantas vacas lecheras. Por las tardes, buscaba la sombra y resolvía problemas de matemáticas y por las noches, se entregaba a las delicias del diccionario. Esto hasta que descubrió la TV y se aficionó a las telenovelas venezolanas. Leía el Larousse
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